“Como un poco de agua en la palma de la mano”

Mireia Sallarès empieza explicándonos que esta es una expresión común a todas las lenguas de los Balcanes y hace referencia al amar, al tener cuidado. Es una buena metáfora, ya que si alguna vez habéis intentado conservar un poco de agua en la palma de la mano sabréis que es difícil y que, en todo caso, dura más bien poco. Sallarès está investigando el amor en Serbia. El amor, ya lo sabemos, tiene infinitas modalidades. Podemos pensar-lo como eros, ágape, cáritas o narciso, como amor filial, fraternal, fetichista o fatal, como amor al trabajo, a Dios, al arte o al propio amor, y así podríamos seguir sin nunca acabar. Sallarès no quiere escoger un modo de amor para profundizar en él, porqué todos se relacionan y se influencian y, aun dice más, en cada uno de ellos se ponen todos en movimiento. Por otro lado, pensar en abstracto es navegar en el vacío o en un pretencioso universal. El amor, como el conocimiento en general, conviene situarlo en aquello concreto para que tome vida. Es por eso que Sallarès siempre investiga en territorios concretos. Hasta poco más tarde de la caída del muro de Berlín, Serbia formaba parte de Yugoslavia, país comunista que, junto con su disolución, el 92 iniciaba una guerra civil que acabaría el 95 con la creación de un seguido de estados capitalistas, entre los cuales Croacia, Bosnia y la misma Serbia. Ahora mismo, Serbia es el embudo de muchos refugiados que llegan y no pueden continuar, ya que el país se encuentra al otro lado de las fronteras europeas.

“Donde no hay nada que hacer, cualquier cosa es ganancia”

Como supondréis, el proyecto de estudiar el amor en Serbia sin delimitar el tipo y en un contexto tan complejo es difícil, por no decir imposible. Sallarès asume provocativamente que se trata de una batalla perdida. Pero cuidado, porqué allí “donde no hay nada que hacer, cualquier cosa es ganancia”. Nos recuerda que el arte, más allá de teorizar y producir objetos, genera conocimiento específico en las relaciones personales que crea y en la comunidad que explora, elaborando así una ética y una política en su praxis. Esto, en el fondo, no es “cualquier cosa”. Un claro ejemplo del valor del trabajo artístico es el audiovisual que Sallarès realizó en Méjico sobre el orgasmo femenino, Las muertes chiquitas. Allí como aquí, el aprendizaje y la experiencia compartida son liberadoras tanto para la artista como para las mujeres entrevistadas.

“L’individu invente ses experiènces, parce qu’il ne se’n rappelle de rien”

(“El individuo inventa sus experiencias, porque no se acuerda de nada”)

La artista quiere presentarnos su genealogía con uno de sus referentes. Es un psiquiatra nacido en Reus que ejerció durante la guerra civil tratando las tropas republicanas, exiliado en Francia durante el franquismo, de formación marxista y psicoanalítica. Es un personaje captivador, desacomplejado y extravagante que tumba tópicos y prejuicios sobre el individuo, las neurosis y las psicosis como quien bufa un castillo de naipes. Se trata de Francesc Tosquelles, quien acabó siendo director médico del hospital psiquiátrico de Saint-Alban. Aquello revolucionario de Tosquelles consiste en practicar una especie de antipsiquiatría, esto es, una terapia que no habla de enfermedades mentales sino de problemas vitales, sociales y éticos. El pensamiento y la experiencia de Tosquelles fueron referentes para Félix Guattari – también psiquiatra – y Gilles Deleuze, así como lo son ahora para Mireia Sallarès. En los recortes del documento audiovisual que nos presenta la conferenciante, Une politique de la folie, aparece Tosquelles siendo entrevistado, hablando un francés cómico -inventado a voluntad por él mismo-, desplegando un pensamiento desconcertante y fértil.

“L’individu invente ses expériences, parce qu’il ne s’en rappelle de rien. Il déconne et le psychiatre décconne à son tour dans les silences, dans les articulations de phrases. Le psychiatre est presque endormi, le malade aussi, et les deux déconnent. Mais le malade ne déconne jamais de son pont de vue. Le psychiatre est obligé à déconné pour lui. Et parfois le psychiatre lui fait une petite interprétation.” Francesc Tosquelles.

(“El individuo inventa sus experiencias, porque no se acuerda de nada. El desvaría y el psiquiatra desvaría también en los silencios, en las articulaciones de las frases. El psiquiatra está casi dormido, el enfermo también, y los dos desvarían. Pero el enfermo no desvaría nunca desde su punto de vista. El psiquiatra está obligado a desvariar por él. Y a veces el psiquiatra le hace una pequeña interpretación”)

A Sallarès, Tosquelles la ayuda a responder la pregunta de cómo narrar la realidad. ¿Cómo entrevistar los individuos y las comunidades que investiga? ¿Cómo escribir sobre ellos? ¿Cómo editarlo y publicarlo? Narrar, nos dice con Tosquelles, es siempre una construcción y un delirio. La capacidad de narrar, nos decía Pablo La Parra en la anterior aula oberta, nos tiene que permitir resistir ante la pretensión de una historia en mayúsculas que anule la libertad y la experiencia íntima. Pero aquí Sallarès nos recuerda que esta narración “implica siempre una mentira, la ficción de construir quien somos cada vez”, un desvarío que no tiene que ser rehuido sino tomado en consideración porqué constituye la realidad. “El delirio de narrar, para poder sanar, tiene que ser reivindicado”.

“¿Cómo son los campos de refugiados en Barcelona? ¿Abiertos o cerrados?”

Quizás, si alguna cosa define universalmente el amor es que nos cambia, una vez que nos atraviesa ya no somos los mismos que antes. “Hacer el amor es estar abierto a imprevistos”, y no estamos ablando de bebés. Llevar a cabo una investigación des del amor implica estar dispuesto a aceptar la incertidumbre, a dejarse guiar por los propios acontecimientos. Es así como este año Sallarès, yendo a visitar un proyecto de gentrificación urbanística dentro del mismo Danubio, en pleno centro de Belgrado, acaba topándose con un campo ilegal de refugiados qua ha ocupado una parte de la estación de tren que se tiene que derribar. En pocos días, entra a formar parte de las vidas de los refugiados colaborando voluntariamente con la limpieza de la cocina, así como ejerciendo su rol de artista a la búsqueda del amor en Serbia. Nos lo explica con la misma crudeza que el pequeño con la que el pequeño príncipe hablaba de las boas abiertas y las boas cerradas.

“En Serbia hay diferentes tipos de campos. Los campos abiertos y los campos cerrados. Los campos cerrados son como prisiones en la periferia, no puedes salir. Los campos abiertos son como un tercer grado, puedes salir pero tienes que volver cada noche porque si no te echan. Los refugiados de la estación de tren [que no son ni uno ni el otro, porque están en un campo ilegal] están en la cola de la cola de la posibilidad de ser admitidos a Europa en condición de asilo.” Cuando Sallarès les habló de los conciertos hechos en Barcelona para la acogida de refugiados, uno de ellos preguntó interesado: “¿Cómo son los campos de refugiados en Barcelona? ¿Abiertos o cerrados?”

Para Sallarès, en este campo de refugiados las relaciones entre los que ayudan y son ayudados es difusa. La conclusión provisional de Sallarès es entender el voluntariado de tantas personas que de forma voluntaria se han organizado para ayudar en este campo de Serbia como un acto de amor. “Un amor no identitario, hacia alguien que no sabes quién es, ni de dónde viene ni que hace. [Hacia alguien que] no habla tu lengua y tiene que hacer un esfuerzo, tú y el.” Este acto de amor nos cambia a todos.