(Buenos Aires, 1973) Autora teatral y profesora de dramaturgia en el Instituto del Teatro y en la Escuela Superior de Coreografía de Barcelona. En el año 2000 fue invitada a la Residencia Internacional del Royal Court Theatre con su primera obra. A partir de ese momento, sus obras se han estrenado en diversos festivales y teatros nacionales e internacionales. Aparte de su carrera como autora, ha colaborado con diferentes coreógrafos, ha firmado dramaturgias y adaptaciones teatrales, ha trabajado como directora y ha escrito piezas para la radio e instalaciones sonoras. También ha participado en proyectos de teatro y educación y es colaboradora de la escuela de teatro social Forn de teatre Pa’tothom. El 2013 recibió el Premio Max a la autoría teatral catalana. Entre sus obras destacan Entre aquí y allá (Lo que dura un paseo), L’aparador (Teatro Nacional de Cataluña, 2003), Esthetic Paradise (Sala Beckett y Festival Grec, 2004), La màquina de parlar (montaje que también ha dirigido en la Sala Beckett en 2007, en la Sala PIM de Milà en 2008 y en el Teatro Maldà en 2017), El meu avi no va anar a Cuba (Festival Grec y Sala Beckett, 2008), La marca preferida de las hermanas Clausman (Teatre Tantarantana, 2010), Boys don’t Cry (Teatre Tantaranta, 2012) y L’onzena plaga (Teatre Lliure, 2015).
¿Cómo describirías tu ámbito de trabajo y cómo te definirías?
Soy autora teatral y dramaturga. Me dedico a las artes escénicas, escribo teatro, también firmo dramaturgias de piezas de danza o más performativas o visuales, y adaptaciones. También he hecho instalaciones sonoras, he escrito teatro infantil… Me muevo con flexibilidad del teatro de texto a la dramaturgia de la danza. Me siento incapaz de defender un estilo u otro, intento no entrar en discusiones sobre formalismos gramaticales, huir de las clasificaciones. Para mí, cada obra tienes sus peculiaridades, su equipo artístico, sus exigencias y su espacio específico. Me gusta colaborar con un equipo diverso, aprender de cada una de las personas que participa en una pieza escénica. Lo que intento hacer siempre es zambullirme a la máxima profundidad posible y, sobre todo, estar atenta a no ocupar el centro.
Cuando escribo teatro, el proceso es más solitario, se mueven otras cosas, es un espacio que valoro mucho, me inquieta la falta de tiempo para la escritura, es el espacio donde me siento más libre.
¿Qué necesidad lo inspira y qué consecuencias tiene lo que haces?
Cuando escribo una obra a partir de un punto de partida personal, la necesidad nace de un deseo, de una curiosidad, de una imagen misteriosa, inconsciente, que aparece a veces de noche o cuando estoy especialmente despistada, cuando siento que esta imagen o este impulso empieza a coger fuerza, me pongo a escribir. Podríamos decir que escribo porque quiero, con todos los matices y contradicciones que puede tener esta afirmación. Entiendo la escritura como un espacio de intimidad, de resistencia, de huida… También de canalización de cierto inconformismo.
Cuando recibo un encargo, intento escuchar con atención a las personas que me lo hacen y después conectarlo con mi propia manera de hacer o de entender las cosas. A veces es posible convertir un encargo en una experiencia personal y rico, otras no tanto.
Por otro lado, soy consciente de que el teatro es un arte especialmente político, un arte de la memoria. Si bien el dramaturgo debe conectar con su propio deseo para que el estímulo de la escritura no resulte un postizo, no puede quedarse en un deleite biográfico o personal. El teatro apela a una colectividad, a una comunidad. A pesar de ser hoy un arte minoritario, no existe sin público. Me inquieta el vínculo que establece nuestro teatro con la sociedad, y el espacio que la sociedad da al teatro. “El teatro se hace ante una asamblea. El teatro convoca a la polis y dialoga con ella”, dice Mayorga en su manifiesto por el día mundial del teatro de 2003. Me gusta esta idea, aunque esté cargada de utopía: hay demasiadas salas vacías, espacios pequeños donde la gente trabaja sin recursos y, por otro lado, obras llenas de público que solo va al teatro para ver a la star system de turno.
A menudo le doy vueltas a la idea de público, el receptor implícito que está mirando cada pieza antes de que ésta llegue a escena. ¿Quién nos mira mientras escribimos, mientras ensayamos, para quién hacemos las obras? El teatro es un arte que tiene componentes prosaicos, está conectado a una sala, a una cartelera, a menudo demasiado conectado a la actualidad. ¿Pero cuál es esta actualidad? ¿Es una actualidad cerrada, limitada a nuestro sector? ¿Es la actualidad capitaneada por Internet, por los medios? ¿O podemos tomar más perspectiva? ¿Y acaso en ocasiones la perspectiva no nos aleja demasiado de la gente? ¿Cómo superar la presión que establece el sistema comercial y, al mismo tiempo, no caer en la endogamia de los artistas “festivaleros” o de los “exquisitos”?
Para mí la escritura tiene que ver con la búsqueda de la libertad personal y de la memoria más íntima, pero no puede desconectarse del pulso social. Vivimos un momento de crisis, una crisis sistémica, incluso si nos centramos en el mundo del arte y la cultura nos veremos afectados por los recortes, las presiones institucionales, la falta de espacios independientes, las imposiciones de las modas comerciales, la obsesión por la audiencia… A todas estas cuestiones les podemos sumar las dificultades que han tenido siempre los proyectos políticos de sensibilidad social con el mundo del arte. El artista, generalmente, ha sido visto como alguien sofisticado, elitista… ¿Cómo podemos hacer convivir la calidad artística con la realidad de nuestro público? ¿Dónde coloca el teatro este debate, teniendo en cuenta de que se trata de un arte que necesita de la constante visibilidad de las propuestas? A veces, el exceso de exposición y la inmediatez compulsiva perjudican la calidad de los proyectos, y acabamos produciendo en cadena, piezas clonadas, banales, a menudo demasiado prescindibles.
Como profesora, me hago muchas preguntas en torno a lo que hago, al vínculo que genero con los alumnos. Si puedo ayudar a un alumno a abrir la mirada, a conectarse con su punto de vista, su deseo, su experiencia sensible, su ideología, con su crisis también, para ponerlo constantemente en cuestión, si puedo establecer una relación de reciprocidad, generar preguntas i transmitir el valor de darse tiempo, de no sentirse fracasado antes de empezar, de no tener miedo al fracaso, de no compararse con quien nos muestra el escaparate cultural… Bien, si consigo alguna de estas cosas, pienso que mi trabajo tiene sentido.
¿Te sirve el marco disciplinar e institucional actual?
Hoy por hoy, me he sentido más cómoda y libre trabajando en salas alternativas, a pesar de la precariedad de recursos. Cuando he tenido encargos de productores, del ámbito privado, también he podido trabajar con cierta comodidad. Es una cuestión alimentaria, entiendo lo que me piden, lo valoro, y si veo que puedo hacerlo, pacto unas condiciones. Con el teatro me surgen más dudas. Es un ámbito en el que a veces hay un exceso de ambigüedad, aparece la presión de aquello políticamente correcto. La institución te llama porque se supone que eres una artista que tiene cierto interés, pero después te quiere tutelar, de maneras más o menos perversas, pero cuesta que la institución crea realmente en los artistas locales. Hay excepciones, por supuesto, algún artista más apoyado que se le permite de todo, pero no es mi caso, ni el de la mayoría.
En cuanto a mi trabajo en el Institut del Teatre, si bien ahora estamos en un momento de cambio (la nueva dirección general no es un cargo político, sino una artista del sector teatral, la institución está en proceso de adscripción a la universidad, hay nuevos proyectos de dirección de las escuelas, más debate interno…), es cierto que hemos sufrido una crisis, no solo presupuestaria, también ideológica y de falta de proyecto. Es un debate muy largo. Yo nunca he creído mucho en las instituciones culturales o artísticas, he pensado que los espacios más interesantes debían aparecer entre los sectores independientes y periféricos. Ahora formo parte de esta institución e intento ser responsable con esta elección.
¿Dónde encuentras a tus principales interlocutores?
Este es un tema importante. A menudo me he sentido desconectada de mi generación. Tal vez porque vengo de una experiencia vital peculiar (el exilio) y me ha costado identificarme con cierta idiosincrasia cultural, nacional, me ha costado encontrar un sentimiento de pertenencia. A lo mejor he estado cerrada, o he encontrado interlocutores de otras generaciones (¡algunos muertos!). A veces pienso que el teatro ha sido para mí un lugar de «residencia en la tierra», como dice el poemario de Neruda. Cuando estás inmerso en un proceso teatral, el equipo vive como una auténtica “familia”, se vive un vínculo muy intenso: ensayas muchas horas al día para crear un mundo que saber que después de un tiempo desaparecerá. Es una experiencia extraña, una forma de vida. Si no tienes ninguna compañía, sabes que eso es efímero y que una vez termine la obra, terminará también la familia. Aun así, la experiencia suele ser rica.
Mi experiencia como profesora me ha traído sorpresas maravillosas en este sentido, he encontrado alumnos que son interlocutores excepcionales. Algunos de ellos son ahora buenísimos autores y grandes amigos. Para mí es básica la complicidad con otros dramaturgos, algunos son ex alumnos, otros no, me interesa mucho leerlos, recibir devoluciones de mis piezas, establecer un diálogo constructivo y exigente.
¿Puedes vivir de lo que haces?
Hace unos años que vivo de la dramaturgia y la docencia. Tengo un salario fijo como profesora interina. También cobro por algunos encargos. Otras cosas sigo haciéndolas sin cobrar, o cobrando muy poco. No siempre ha sido así, puedo decir que me siento afortunada, aunque me entristece la precariedad que vive el mundo del arte y la cultural en general. Es un debate difícil: ¿A dónde van a parar las subvenciones? ¿Cómo vela el Estado por sus artistas si, precisamente, el artista debe poner en cuestión al Estado y al poder?