(Barcelona, 1962) Profesor titular en Historia y cultura de la China moderna y contemporánea en el Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra y coordinador del Máster en Estudios Chinos de la misma universidad. Es autor de los libros La empresa de China: de la Armada Invencible al Galeón de Manila (Acantilado, 2002), Made in China: el despertar social, político y cultural de la China contemporánea (Destino, 2005) y La China que llega: perspectivas del siglo XXI (Eumo, 2009). Ha traducido del chino poemas de Li Qingzhao (Reduccions, 2006), el ensayo de Gao Xingjian El sentit de la literatura (Empúries, 2004) y la antología Pedra i pinzell: antologia de la poesia clàssica xinesa (Alpha, 2013). Ha ganado el premio Gabriel Ferrater de poesía con Bratislava o Bucarest (Edicions 62, 2014).

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¿Cómo describirías tu ámbito de trabajo y cómo te definirías?
Me es del todo imposible identificarme con ninguna profesión concreta: no me considero ni sinólogo, ni poeta, ni historiador, ni traductor, ni crítico literario, ni ensayista, ni profesor de literatura…pero lo he hecho (con más o menos fortuna y con cierta persistencia en el tiempo) de poeta, de historiador, de sinólogo, de crítico literario, de ensayista, de traductor o de profesor de literatura. Y no lo he hecho en privado, sino profesionalmente, en común: en la universidad, en la escuela, en centros culturales o de investigación, en revistas, diarios, editoriales, etc. En eso tan importante para mí es que nunca me he identificado (demasiado) con ninguna de estos sombreros, pero de serlo del todo mientras lo llevo. En esta obstinada dispersión hay de un lado la cosa literaria y de otro la cosa de China. Con la cosa de China apareció la historia, como una opción no escogida ni deseada, pero que me ha acabado también pareciendo imprescindible y fascinante. Y con la historia, también el pensamiento y el arte chino, de ahora y de antes. En todos los casos, hay una constante –un poco una obsesión-, quizá un defecto: la incapacidad de ajustarme del todo a los moldes y a los rituales institucionales del gremio, del formato heredado. O la sensación de ser siempre un poco un intruso: un literato entre los historiadores, un crítico entre los poetas, un traductor entre los escritores. Pero en todos los casos, la voluntad de no ser un aficionado, alguien que está solo para pasar el rato.

¿Qué necesidad lo inspira y qué consecuencias tiene lo que haces?
En la docencia el principal estímulo son los estudiantes concretos, no todos: los que ponen. Y también, está claro, algunos colegas concretos.
En la investigación y el ensayo y la escritura sobre la literatura, el motor es de entrada la curiosidad y la necesidad de tener conversación, también la voluntad de no traicionar la complejidad sin caer en la complicación. Y también, como en la escritura de poesía, buscar que al placer se le sume una forma de conocimiento irreductible, que solo la literatura o la escritura permiten obtener.

Sobre las consecuencias, creo que la práctica del arte, de la escritura literaria o en general la producción de conocimiento en las humanidades se justifica en sí misma. No nos hace mejores que el resto de los mortales, pero tenemos que estar. No cambia el mundo, pero lo hace más habitable y soportable. Y harán bien las humanidades de evitar la instrumentalización reductiva en nombre de proyectos políticos o militancias partidarias. La gente de la cultura es deseable que nos comprometamos y nos mojemos, pero la creación y el conocimiento humanístico se comprometen con dinámicas radicales y de fondo, y se liberan de cadenas más profundas e intangibles.
Las humanidades son una pieza clave en el ecosistema. Y si los que mandaran fueran más listos harían bien de tenerlas más y más en cuenta: escuchar historiadores para evitar el corto-terminismo, escuchar a los filósofos para poder analizar y argumentar, escuchar los literatos para poder oír y pensar a la vez con intensidad y matices, y para integrar memoria e imaginación…En todo caso para no depender solo de encuestas, gráficas, algoritmos y toneladas de información y de “big-data” cruda e indigerible. Tirar de economistas, demógrafos, sociólogos, politólogos, comunicólogos para entender y procesar el presente está muy bien, pero deja fuera del registro variables fundamentales.

En la escritura poética hay quizá una parte más importante para mí, y a la vez la menos visible de lo que hago y de lo he hecho: me mueve una búsqueda persistente desde hace décadas en un territorio donde el ritmo, el sentido, la imaginación y el lenguaje miran de explorar a la vez emociones, sensaciones y pensamientos. Es una parte irreductible e intransitiva: donde miro de decirme a mí mismo cosas que no sé formular de otra manera y que no solo las digo si me parece preferible decirlas que seguir callado. Y que eventualmente (y siempre me sorprende) pueden llegar a ser publicables, legibles y útiles o placientes para alguien.

¿Te sirve el marco disciplinar e institucional actual?
No mucho. La universidad está desguazada y en caída libre…, y en especial en el campo de las humanidades: de un lado, el criterio de valoración de la investigación es letal: solo cuenta el que publicas en revistas indexadas por compañías que fan también el Euribor. Hacer libros o traducir penaliza. Se priman las menudencias refinadas y las filigranas sobreras. Una broma.

Por lo que hace a la docencia, se impone el enfoque de competencia que prepara para una supuesta proyección profesional frontalmente enfrontada con las bases de las humanidades: el sentido crítico, el discurso articulado…Hay una obsesión normalizadora, estandarizada, digitalizadora, en nombre de la calidad, de la internacionalización, de la inserción laboral, de la pedagogía…La burocratización, el control pedagógico, la búsqueda inducida a formatos estériles, la mera gestión de materiales…nada de todo esto acompaña.

Pero al margen o contra todo esto hace falta actuar día a día en todos los frentes y de manera constante: prescindir de los criterios y los dictados impuestos, generar conocimiento al margen de lo que se pide institucionalmente. Lo más importante: no dejarse contagiar por la tontería: el orgullo de pretender saber algo muy especial, los juegos mezquinos de poder y venganza, la neurosis que circula por los pasillos…

Me muevo a menudo en un campo disciplinar (el de los estudios asiáticos), sin tradición local, cosa que en parte es un lujo, ya que vives más libre de los corsés heredados, pero también permite experimentar la tendencia conservadora, las dinámicas estrechas de poder y las dependencias y jerarquías “feudalizantes” que dominan también la promoción de personas, de los repertorios y las disciplinas en la Universidad.

En el campo literario, cuando parecía que los grandes grupos editoriales y las lógicas del mercado ya lo había devorado todo, han surgido nuevos circuitos, nuevos espacios y nuevos actores resistentes, pequeños pero no marginales, capaces de generar nuevos discursos  y nuevas centralidades. Echo de menos, pero, una conversación crítica con menos halagos, menos autoritaria y menos inexistente. La literatura no es cosa de libros sino de obras, de poemas y de ficciones…y también de lecturas…simplemente no hay literatura. En el fondo, si es que soy alguna cosa, quizá soy un crítico frustrado. De hecho, profesionalmente, una de las cosas que más que gustaría del mundo: poder escribir sobre libros cobrando un precio racionable (que justificara las horas de lectura, de reflexión y de escritura que el libro se merece) y en un espacio con interlocutores…

De hecho, ahora ya hace unos cuantos años que intentamos entre unos cuantos crear una revista literaria: nos reuníamos, hacíamos comidas, planificábamos secciones, hacíamos listas de posibles colaboradores y de redactores, estábamos en conversaciones con un editor medio predispuesto, buscábamos esponsorización…Los impulsores éramos Francesc Serés, Julià de Jòdar, Julià Guillamon, Ponç Puigdevall y yo. Que aquello al final no saliera bien es una gran espina que tengo clavada bien profunda: fue para mí una gran frustración. Ahora bien, tengo el honor de formar parte de este consejo redactor de la revista Avenç y que colaboro escribiendo en temporadas intermitentes. Formar parte de la revista y de lo que significa sí que es un marco que vale mucho la pena. Pero a pesar del nombre y de la trayectoria y de la calidad resultante, allí todo también es heroico y medio precario.

Han surgido últimamente nuevas iniciativas independientes, que actúan a contrapelo de la lógica de los oficialismos y del mercado mainstream y al margen de un conocimiento instrumentalizado y domesticado. Impulsadas por gente joven, que ha decidido actuar fuera de los canales y de los formatos heredados. Lugares donde encontrar aire fresco e interlocutores para hacer cosas: librerías como La Calders o La Caníbal, o editoriales como Les Males Herbes. O la reciente creada Escuela Bloom de literatura, donde me he incorporado como docente con gran entusiasmo.

¿Dónde encuentras a tus principales interlocutores?
En el campo de la investigación histórica y cultural sobre China y sus relaciones históricas y culturales con Europa, los interlocutores principales están fuera de España: en Taiwán, en China, en Alemania o Portugal. Y unos cuantos, que se pueden contar con los dedos de la mano, que son de aquí. En España interesa básicamente lo que tiene que ver con España y su Imperio: China en relación a España, como pretexto, o como objeto de negocio…En el campo de los estudios sobre China actual y su cultura, sí que hay gente joven aquí, desgraciadamente muy precarizada, pero con unas inquietudes y una fuerza impresionante. Iniciativas surgidas al margen de las instituciones como el colectivo “China Traducida y por traducir” y la su revista RCT, son impagables.

En el campo de la poesía, miro de vivir al margen del gremio. Pero sigo lo que se hace aquí con gran interés. El pseudo-cosmopolitanismo de los que se llenan la boca de grandes nombres de fuera, mientras ignoran la escena local, los creadores coetáneos y lo que los rodea, mientras menosprecian con los ojos en blanco y un pinza en la nariz lo que es demasiado “local”, lo que es demasiado “catalán”…en nombre de una supuesta ciudadanía del mundo donde todo les va estrecho, desde una posición presuntamente selecta, aséptica y omnívora, me parece del todo ridículo y estéril. Sin una conversación con los cercanos, se cae en la gesticulación vacía, atropellada y declamatoria.

¿Puedes vivir de lo que haces?
Vivo de la universidad, que representa una parte de lo que hago y financia el resto.

¿Qué cambiarías, si pudieras, para que tu trabajo tuviera más sentido?
En la Universidad, frenaría el tocho, frenaría el poder de los Consejos Sociales y los intereses corporativos y la mezcla de segmentos públicos y privados, ilegalizaría los servicios asesores de calidad pedagógica y contrataría sin precariedades gente joven que puede renovar el territorio. Volvería la dignidad a los contenidos y a una autoridad del profesor basada no en el poder sino en el conocimiento.

En el campo literario, todo tendría más sentido si la conversación no fuera solo en las redes sociales o en las presentaciones de libros. Se necesita soporte directo e indirecto en los espacios incipientes y demasiado precarios. Las instituciones tienden a instrumentalizar, a ponerse medallas, a querer contrapartidas, a mediatizar y decidir repertorios y formatos. Hace unos cuantos años me pusieron en una comisión que teóricamente tenía que decidir el canon de la literatura catalana. El primer día dimití. ¡Qué bestialidad, hacer este tipo de gasto inútil y contraproducente!

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