(Poblet, 1979). Poeta, agitador cultural y profesor del máster en Arte Sonoro de la Universidad de Barcelona. Es cofundador del colectivo Projectes poètics sense títol-propost.org. Fue codirector de Barcelona Poesía (Festival Internacional de Poesía de Barcelona) y dirigió el festival de prácticas poéticas actuales PROPOSTA en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (2000-2004). Fue comisario, junto a Eugeni Bonet, del ciclo de cine Pròximament en aquesta pantalla sobre el cine letrista en el en el MACBA (2005). Es coautor de las obras de teatro ¡Wamba va! (2005), Puaj./Ecs. (2005), y La belbel underground (2006), y autor de los libros de poesía Gaire (Pagès, 2012) y El terra i el cel (LaBreu, 2013). Ha publicado, acompañado de la banda electrónica Bradien, los discos Pols (spa.RK, 2012) y Escala (spa.RK, 2015). Ha practicado varias vertientes de la poesía (poesía visual, escrita, instalación, poesía oral, acción poética, etc.), sin embargo, últimamente se ha centrado en el trabajo poético sonoro y en el recital en directo. Aparte de su actividad en la escena contracultural barcelonesa, ha presentado su trabajo en festivales y programaciones de poesía en Europa, China, Estados Unidos y países latinoamericanos. En paralelo, también ha trabajado como asesor en políticas culturales.
¿Cómo describirías tu ámbito de trabajo y como te definirías?
Con el paso de los años, cada vez me cuesta más definirme y dedico menos energía. Creo que los hechos ya definen por si sólo, y por otro lado vivimos en un momento en que las hibridaciones y los márgenes marcan nuestras inquietudes culturales y sociales. Con todo, puedo decir claramente que provengo de la poesía, aquel género literario nómada, que parte del fragmento, la música y el silencio, injertado en todas las expresiones culturales. De hecho, creo que la poesía ha marcado muchos aspectos del siglo XX: desde los movimientos de vanguardia —liderados la mayoría por poetas— hasta la publicidad, que ha bebido mucho la poesía concreta y la visual, pasando por la música y las artes escénicas. La palabra, dicho o escrita, hecha materia o hecha pensamiento inclemente, marca buena parte de nuestro presente: la fragilidad hacia la reproductibilidad digital. Quizás no se venden mucho libros de poesía, pero es que no hay poesía —y mucha— en el hip hop o en las artes visuales actuales?
A partir de mi pasión por la poesía y por el espacio urbano, básicamente he desarrollado mi actividad en cuatro grandes frentes: la creación poética (básicamente a través de recitales), la gestión cultural (organización de festivales de poesía, principalmente), las políticas culturales (como pensador independiente y también como asesor) y la gestión empresarial (que es el que me da los pèmpins para vivir y crear). En los caso de los tres primeros ámbitos, forman un todo con múltiples conexiones. Y por encima de todo, un humano curioso que anda, observa y se empapa de la ciudad.
¿Qué necesidad lo inspira y qué consecuencias tiene lo que haces?
La cultura creo implica una siete de conocimiento, una necesidad de explicarse el mundo y una manera de relacionarse. La necesidad? No sé de donde proviene, no sé de qué necesidad se trata. Diría que es un instinto profundo que no podemos dominar. La luz a menudo proviene de motivos oscuros, escondidos. A veces pienso que también es un contrato: interpelar el mundo, incidir, para poder, al otro extremo, reivindicar la necesidad de ser uno que piensa en soledad. Y en cuanto a las consecuencias, no puedo hablar más allá de mí mismo: la consecuencia es una vida tolerable.
¿Te sirve el marco disciplinar e institucional actual?
Creo que el hecho de partir de la poesía ya implica desbordar los marcos disciplinarios. La poesía es nómada, se transmite por múltiples canales, y enseguida se hace evidente que un marco no te sirve si es la curiosidad el que te guía. En cuanto a las instituciones, provengo del tejido independiente y sé por experiencia que el marco institucional no es el único espacio desde el cual podemos actuar. Diría, pero, que actualmente no se trata de definir los límites del marco institucional sino de hacer evidente que, frente al ecosistema cultural, la institución no puede actuar de director de orquesta o árbitro, sino como un elemento que se sitúa en uno de los lados y que establece relaciones diversas con todo el conjunto: a veces de cerca, cooperando, a veces sencillamente ayudando, a veces totalmente al margen de muchas expresiones culturales. Pero es que la institución sólo cubre una parte de la cultura, del mismo modo que la política desborda el poder institucional y nos interpel•la directamente a cada cual de nosotros, aunque nos situamos a los antípodas de la gestión política institucional.
¿Dónde encuentras tus principales interlocutores?
Diría que acostumbro a encontrarlos andando distraído o mirando la línea del horizonte. Vivimos en una ciudad llena de voces: de vidas y contradicciones.
¿Puedes vivir del que haces?
Decidí hace diez años hacer un cambio importante en mi vida y dejar de vivir de la cultura —fuera como poeta o como gestor cultural— y montar una empresa que me permitiera estar en contacto con la cultura pero me asegurara un mínimo de ingresos mensuales. Es así como creé una empresa de servicios de traducción y corrección enfocada al sector cultural, la correccional (servicios textuales). He reivindicado siempre la profesionalización del mundo de la cultura y la necesidad de dejar atrás esta precariedad que acompaña sin razón la vida cultural. Pero no hay ganancia sin pérdida: la tensión entre autonomía, dependencia económica y libertad es siempre presente en el mundo de la cultura. En mi caso, más que una renuncia, lo he vivido siempre como una liberación: no tener que ganarme la vida con la actividad poética me ha dado más libertad para crear y para decir, más integridad. Y esto es muy importante, para mí. Y todavía más cuando puedo decir que estimo el oficio, la gente con quien trabajo y el trabajo que hago.