(Barcelona, 1973) Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona, siguió cursando estudios de cine en la New School University y en la Film & Video Arts de Nueva York. Trabaja como realizadora independiente de documentales y vive a caballo entre Barcelona, México DF y otras ciudades, donde realiza sus proyectos artísticos. Ha expuesto en la Fundación Miró de Barcelona, en el Museo de Arte Carrillo Gil de México, en Americas Society de Nueva York, en la Organización Nelson Garrido de Caracas, el Centro Cultural Montehermoso de Vitoria, el Laznia Centre for Contemporary Art de Gdansk, en la Galleri Image de Aarhus, el OK Centrum de Linz en Austria, y en La Capella de Barcelona, entre otros. Sallarès utiliza el vídeo como vía de investigación antropológica, pero también como un instrumento narrativo, capaz de producir relatos a partir de la complejidad de la realidad. Uno de sus trabajos más destacados es Las muertes chiquitas, donde analiza el orgasmo femenino.

¿Cómo describirías tu ámbito de trabajo y cómo te definirías?
Soy una artista visual que desde el ámbito artístico realiza proyectos de investigación de larga duración y con dimensión social sobre temas esenciales como la violencia, la muerte, el sexo, la legalidad, el amor o la verdad. El tema transversal de mis trabajos es el que yo resumo con el concepto de la “vida vivida” y que defino como aquello que cada uno hace con lo que la vida le ha dado y le ha quitado (ya que no somos lo que nos pasa, sino aquello que hacemos con lo que nos pasa). Creo que la vida vivida debería ser declarada patrimonio de la humanidad y convertirse en un derecho colectivo que no sólo vinculara a los vivos sino también a los muertos. Defiendo la calidad investigadora del ámbito artístico porque creo que el arte genera, más allá de obras, conocimiento específico de manera específica y que en su proceso de trabajo establece relaciones especiales y, por tanto, una ética de trabajo concreta. Otro aspecto a destacar de mi trabajo es que casi siempre realizo en el extranjero (o con extranjeros) porque considero que actualmente hay una “cierta condición de extranjería” inherente y fundamental en nuestras vidas que hace que todo el mundo se haya sentido alguna vez extraño (o extranjero) en su ciudad, en su tierra, en su familia, con su cuerpo, su sexualidad, su género o sus ideas.

¿Qué necesidad lo inspira y qué consecuencias tiene lo que haces?
Me inspira la necesidad de trabajar desde los márgenes donde se sitúan las prácticas artísticas que se cuestionan a sí mismas y a los discursos dominantes impuestos, desde la libertad que implica cualquier hecho verdaderamente creativo. También me inspira la necesidad de conocer mundos, otras personas y conocerme a mí misma con el objetivo de generar espacios y formas que propicien los vínculos y la empatía que, creo, a menudo es su principal consecuencia. La posibilidad de aprender, convivir y compartir con los “sujetos” sobre (y con) los que trabajo durante el proceso creativo (que nunca son solo objeto de estudio) es también una necesidad y a menudo (por fortuna) una consecuencia.

¿Te sirve el marco disciplinar e institucional actual?
No mucho, pero tampoco lo descarto del todo. De hecho, pienso que ni todo lo que pasa al margen del sistema disciplinar e institucional actual es lo más interesante y recuperable; ni todo lo que pasa en las instituciones es inservible o lamentable. Aparte, no creo en una crítica a la institución que no incorpore también una autocrítica porque me molesta la arrogancia que a veces encuentro en ambos marcos (institucional y alternativo) cuando son cuestionados. Muchos de mis proyectos —tanto en su proceso de creación como en su proceso de difusión o exposición—, han mezclado marcos alternativos e institucionales con la voluntad de subrayar el hecho de que los dos espacios se pueden y se deberían complementar.

¿Dónde encuentras a tus principales interlocutores?
Yo pienso (y quisiera creer que es cierto) que los encuentro en todas partes. También es así porque los busco en todos lados y porque busco estrategias de encuentro con interlocutores inesperados (ya sea durante el proceso de trabajo cuando he trabajado con comunidades concretas o con disparidad de sujetos o durante el proceso “expositivo” que casi nunca es estático y que incorpora otros espacios e interlocutores). Tampoco he pensado nunca que mis proyectos tengan interlocutores específicos y creo que gran parte de los proyectos de arte contemporáneo más potentes actualmente, lo que han hecho realmente es abrir un abanico de interlocutores más allá de los agentes y del público especializado. Y creo que una prueba de esto es que investigadores de otros campos (ciencias sociales, psicología, periodismo, activismo o filosofía) se sumergen en el mundo del arte (cuando hace unos años era al revés), porque están interesándose por las posibilidades del lenguaje, la práctica artística y lo que esta puede generar.

¿Puedes vivir de lo que haces?
No, mis producciones no encuentran salida en el mercado del arte ni tengo trabajo estable. Lo que sí he ido consiguiendo es desarrollar mis trabajos gracias a ayudas o subvenciones (la mayoría públicas, pero últimamente privadas) que he ido solicitando y donde incluía una muy humilde partida presupuestaria (un ejemplo de la autoexplotación que sufrimos en el mundo artístico), para pagar mi trabajo. También recibo honorarios por mi participación intermitente en exposiciones o por los derechos de exhibición de mis obras (un derecho que, dicho sea de paso, recoge el Código de Buenas Prácticas Profesionales del mundo del arte que se aprobó con un pacto transversal del sector en 2008, pero que en los últimos años está siendo poco respetado no solo desde las instituciones sino desde los propios artistas). Mi base económica ahora mismo es muy precaria y se alimenta de la acumulación de pequeñas tareas variadas más o menos vinculadas a mi trayectoria artística.

¿Qué cambiarías, si pudieras, para que tu trabajo tuviera más sentido?
Desearía que mi trabajo aparte de un sentido tuviera una utilidad (para mí y para los demás) y que pudiera convertirse en un servicio público o bien común. A la vez, pienso que esta clara voluntad de utilidad también tiene un peligro: sacrificar cierta libertad que es indispensable para la creación. Me interesa observar y leer esta contradicción y trabajar desde ella porque la inseguridad que implica afrontar esta contradicción me parece un gran motor creativo (y de vida). Lo que me gustaría es que la institución evitara que la mala situación económica de un artista le obligara a desertar, que los presupuestos (y sobre todo las direcciones conceptuales y aplicaciones reales de los mismos) fueran más cercanos a las dinámicas plurales que existen (por tanto, que partieran de consultas al contexto y a las asociaciones profesionales) y que desde las instituciones se respetaran más los derechos de los artistas que ya se acordaron y lucharon en su momento. Que se facilitaran nuevas vías de acceso a los trabajos artísticos para potenciar todo esto. También sería bueno encontrar espacios y formas donde los artistas pudieran explicar lo que nos afecta para poder generar diálogos, solidaridades y, desde allí, nuevos interlocutores.

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