(Barcelona, 1975) Profesor de Teoría social y política en la Universidad de Barcelona, donde trabaja con el grupo de investigación en Ética Económicosocial y Epistemología de las Ciencias Sociales (GREECS). Su trabajo gira alrededor de la economía política de la democracia. En particular, se ha interesado por las lecturas contemporáneas de la tradición republicana y en la propuesta de la renta básica de la ciudadanía. Ha hecho investigación en la Cátedra Hoover de Ética Económica y Social de la Universidad Católica de Lovaina, en el Centre for the Study of Social Justice de la Universidad d’Oxford, en el Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional de la Universidad Autónoma de Barcelona y con el proyecto TRAMOD (“Trajectories of Modernity”) del ERC/UB. Es miembro de la junta directiva del Observatorio DESC y vicepresidente de la Red de Renta Básica, ha sido secretario de la Basic Income Earth Network (BIEN) y forma parte del consejo asesor internacional de esta organización. Es miembro del consejo de redacción de la revista Sin Permiso. Entre sus publicaciones destaca La ciudad en llamas. La vigencia del republicanismo comercial de Adam Smith (Montesinos, 2010). Ha sido coeditor, con Daniel Raventós, de La renta básica en la era de las grandes desigualdades (Montesinos, 2011) y coordinador de Revertir el guión. Trabajos, derechos y libertad (Los Libros de la Catarata, 2016). Ha publicado también el poemario Boreal Invierno Austral (Animal Sospechoso, 2016).
¿Cómo describirías tu ámbito de trabajo y como te definirías?
Me muevo en el ámbito de las ciencias humanas y sociales. Intento rehuir o, como mínimo, cuestionar la fragmentación habitual de estas ciencias: sociología, antropología, economía, historia, ciencias políticas, etc. Por eso reivindico, sencillamente el término “ciencias sociales” (o “ciencias humanas y sociales”), unas ciencias sociales, que a la vez, creo que tienen que estar atentas a resultados providentes de disciplinas adyacentes (la psicología evolucionaria, pongamos por caso). Por tanto, hasta me atrevería a decir que la barrera entre “ciencias” y “letras” tiene que ser puesta en duda. Dicho esto, si que creo que hay una línea divisoria: la que separa la descripción de la prescripción. En ciencias humanas y sociales (incluyo, también la filosofía), a menudo hacemos un análisis de “aquello que hay”. Cuando hacemos esto, nos dedicamos a la “ciencia social positiva”. Otras veces, en cambio hacemos propuestas de intervención y de transformación social: en estos casos, hablamos de “ciencia social normativa”. En mi caso, me dedico a las dos cosas, tratando, por un lado de estudiar qué es aquello que denominamos “capitalismo” y cuáles son las transformaciones que ha vivido en las últimas décadas, y por otro, haciendo propuestas de intervención social, como la renda básica de ciudadanía y, más en general, paquetes de derechos sociales, que me parece que podrían ayudar a contradecir la dinámica “desposeedora” del capitalismo en cuestión y a capacitarnos de ir desplegando vidas más nuestras, vidas más propias.
¿Qué necesidad lo inspira y qué consecuencias tiene lo que haces?
Me gusta defender lo que podríamos denominar “principio de curiosidad” o de simple “atención” hacia las cosas. No es necesario “necesitar” nada para dedicarse a las ciencias humanas y sociales: sencillamente hay fenómenos que te llaman la atención y te dedicas a ellos. Ahora bien, también se tiene que decir que la selección del objeto de estudio a menudo está motivada por cierta voluntad transformadora. En mi caso, el estudio de las condiciones materiales (¡y simbólicas!) de la libertad republicana me parece interesante para poder articular proyectos de ambición emancipadora. ¿Qué efectos tiene este trabajo? La verdad es que no lo sé, que me cuesta decirlo. Pero me gustaría pensar que formo parte de un amplísimo intento, científico pero también político y bien presente en la calle durante los últimos años, de pensar y hacernos con los medios necesarios para autodeterminarnos en todos los ámbitos de nuestras vidas. En esta tentativa colectiva sí que está teniendo efectos, y a muchos niveles.
¿Te sirve el marco disciplinar e institucional actual?
Querría pensar que la universidad pública aún puede tener un espacio de libertad para alimentar esta tarea de estudiar sin coacciones como es el mundo en que vivimos, y de (re)pensar, con toda la osadía posible y con plena consciencia del conflicto que eso implica, como nos gustaría ir transformándolo. Precisamente por ser pública, la universidad tiene que permitir liberarnos del finalismo, la impaciencia y la miopía con que a menudo las instituciones privadas tratan el conocimiento. Por tanto, la respuesta inmediata a la pregunta, que en mi caso tiene mucho que ver con la universidad, es afirmativa, y hasta, esperanzadora. Ahora bien, también hay que destacar que en la universidad de hoy encontramos productivismo y mucha velocidad, y eso no es una buena noticia si de lo que se trata es de perder el tiempo y los esfuerzos necesarios para mirar de perder la medida de las cosas y reflexionar sobre su posibilidad de transformación. Por otro lado, la precariedad laboral, a menudo extrema, que sufren muchos universitarios supone un obstáculo muy grave que pone constantemente en riesgo la posibilidad que la universidad cumpla esta función social que se le supone. En este sentido, creo que los movimientos de defensa del carácter público de nuestras universidades, unas universidades, nos dicen, que tiene que ser espacios realmente habitables donde podamos hacer volar la curiosidad y la atención, adquieran una importancia capital. Dicho todo esto, hace falta añadir que la universidad no es, ni para mí ni para mucha otra gente, el único espacio donde podemos encontrarnos para tratar de “saber, hacer y comprender”, como dice el título de este ciclo. Creo que también tenemos que celebrar el hecho que, de de siempre pero quizá con más intensidad desde el estallido de la crisis y la irrupción de fenómenos como el 15-M, haya proliferado proyectos de conocimiento, de aprendizaje y de transformación bajo la forma de ateneos, centros sociales, revistas electrónicas o en papel, librerías y editoriales independientes, ágoras virtuales de muchos tipos y un largo etcétera. La presencia de estas “otras instituciones” y su interrelación, a veces, con las instituciones formales “de siempre” dejan frutos que no pueden pasar desapercibidos. De hecho, creo que un ciclo como el que estáis organizando no sería posible sin aquellos que participamos, como ponentes o no, no hubiésemos tenido impertinencia de decir que nuestro sitio no era el único, sino que queríamos unas trayectorias institucionalmente más promiscuas. Obviamente, me guardaré mucho de decir que ha estado un invento de mi generación o de las últimas décadas, pero sí que creo que hoy todo esto es muy visible.
¿Dónde encuentras a tus principales interlocutores?
La relación con los estudiantes sigue siendo crucial. A pesar de las noticias apocalípticas que a veces nos hacen llegar, encuentro que los estudiantes tienen una enorme curiosidad, sin duda superior a la que teníamos los estudiantes de aquellos 90 tan apagados. Y que investigan por su cuenta, y et dicen que los reyes van desnudos y a menudo te ponen contra las cuerdas. Después pueden sacar un seis y medio, pero me parece que estamos abriendo espacios sensibles de comunicación entre profesores y estudiantes. Y obviamente, todo esto activa, en muchos sentidos. Por otro lado, todo aquello que yo llevo a la clase lo he trabajado y aprendido de mis compañeros de investigación. De hecho, buena parte de lo que estoy respondiendo hoy es una reflexión compartida (y aprendida de) gente con quien leo y escribo. Pero como decía antes, hay otros espacios, no universitarios, sin los cuales no existiría la posibilidad de enfocar un poco de fotografía. Estamos viviendo un momento histórico en que se rompen los pactos sociales que vienen de lejos, en que los mundos del trabajo (en plural) se reconfiguran, en que las expectativas y los horizontes políticos se mueven, y que los movimientos sociales u organizaciones y proyectos colectivos que tratan de combatir la bestia “desposeedora” que es el capitalismo para seguir en el laberinto, a un lado de jugar un papel crucial en términos políticos, se está convirtiendo en miradores preciosos para tratar de entender alguna cosa. Obviamente, de luchas y espacios hay muchos y de muy interesantes, pero en mi caso, formar parte del proyecto editorial SinPermiso, participar en organizaciones para la promoción social y política de la propuesta de la renda básica como la Red Renda Básica o la Basic Income Earth Network y poder sacar la cabeza a menudo en el Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC) tiene todo el sentido del mundo, tanto desde un punto de vista político como desde un punto de vista puramente epistemológico.
¿Puedes vivir de lo que haces?
Sí, yo cobro un salario como profesor universitario. La pregunta es si lo que hago me sirve para vivir como me gustaría vivir. Y la respuesta vuelve a ser que sí, pero en hay ciertos malestares derivados de la palabra productivismo y de la velocidad impuesta desde fuera de la que antes hablábamos. Si la cosa va de “saber, hacer, comprender” y nos lo tomamos seriamente, nos conviene pensar (y practicar) la atención, la lentitud, etc y nos conviene protegernos de la sobre-comunicación de la impaciencia que a veces tenemos de saber si aquello que hacemos nos servirá para algo de manera inmediata. Creo que hacen falta, insisto, condiciones materiales (laborales, pero no solo) y simbólicas para acercarnos al conocimiento de una forma más profunda, sino también más libre, con más capacidad de ir escogiendo a lo largo del tiempo las actividades y los proyectos que el cuerpo, desde la atención y la curiosidad, nos pide, con la flexibilidad que exigen unas vidas con las necesidades e intereses cambiantes. Me parece que todo esto es importante para dotar de más sentido nuestro día a día. Y a menudo, cuesta.
¿Qué cambiarías, si pudieras, para que tu trabajo tuviera más sentido?
Supongo que la respuesta a la pregunta anterior responde también esta última pregunta. Es así, ¿verdad?