“Una sociedad que no produzca cultura crítica está condenada al fascismo”

Obstinación

María Ruido trabaja de artista visual y también -se tiene que sobrevivir- de profesora en la UB. Constata que la educación primaria y secundaria no dota de herramientas para interpretar y transformar el mundo, que los alumnos llegan a sus clases con mucha técnica, pero sin capacidad crítica. Esto no es ni casual ni insignificante ni un caso aislado. Yo, que soy profesor de secundaria, lo corroboro. Vivimos en una sociedad sobrepoblada de imágenes donde no obstante impera el analfabetismo visual. La gran función del arte, y en concreto del ensayo visual, nos dice Ruido, es generar conocimiento para deconstruir y reconstruir el régimen visual  del relato sobre la realidad. El poder político, los medios de comunicación o el cine entre otros crean unos imaginarios visuales ligados a una ideología que, justamente por ser invisible, se constituye como régimen político. El arte visual, ligado al pensamiento y a la crítica, tiene las herramientas para desarticular el régimen político de la visualidad. Para María Ruido, hace falta obstinación para desmantelar este régimen político de la imagen, desplazar el arte visual del lugar del entretenimiento y situarlo en el centro de la crítica. La obstinación es necesaria para hacer este trabajo en el seno de las instituciones educativas y culturales, con la frustración, las contradicciones y la incomodidad que ello implica.

Cooperación

La obstinación del artista no ha de basarse en un esfuerzo individual al que nos incita el capitalismo neoliberal. El artista no ha de erigir su yo o su obra como una marca, un branding que vende a las instituciones culturales. Esta actitud conduce al servilismo en el que tantas veces ha caído el arte. Si no entendemos que no estamos solos, que es necesario producir un arte político, cooperar y dignificar las condiciones de trabajo del artista porque este tiene una función vital en el seno de una sociedad democrática, si no lo hacemos, el artista no podrá escapar nunca de la precariedad y ser crítico. Es imprescindible una reflexión y una acción colectivas para romper con la dinámica del capitalismo. La privatización del estrés, hacer de la precariedad un problema y una culpa individual, tienen consecuencias especialmente duras en el sector cultural y son una amenaza voraz al arte como generador de cultura crítica. La depresión, enfatiza María Ruido, es la gran enfermedad mental que amenaza los individuos en la época contemporánea. Ante este escenario, la cooperación es más necesaria que nunca.

Genealogía

La cooperación implica rechazar la idea de originalidad, de autoría y de marca. Cooperar es saberse parte de una genealogía histórica y cultural, investigarla y continuar su legado. Para crear un arte político es preciso partir de la subjetividad, del conocimiento situado en las raíces de un contexto propio. María Ruido nos insta, por ejemplo, a dejar de traducir al inglés nuestros escritos, a generar un diálogo en ese ámbito donde se pueda crear una cultura crítica real, una tarea que comienza des de la proximidad.

Precariedad

El trabajo del artista difícilmente se considera trabajo. La actividad artística, si se quiere llamar así, genera un alto capital simbólico para la sociedad pero, en contrapartida, el artista recibe una recompensa monetaria ínfima. La precariedad laboral es, evidentísimamente, fragilidad vital. Para acabar de empeorarlo, la “ley mordaza” se añade a esta fragilidad en la que vive el individuo que quiere ser políticamente activo. Si cuestionas el poder, este tiene las herramientas legales para silenciarte, multarte y desgraciarte la vida. En consecuencia, es necesario regular el trabajo del artista, que es un trabajo de crítica cultural imprescindible en una sociedad democrática, y también es preciso crear leyes que protejan con eficacia la libertad de expresión y de pensamiento.