AULA OBERTA #2: DAVID CASASSAS


David Casassas

“¿Nos atreveremos a saber, hacer y comprender?”. Con esta pregunta provocadora terminaba la conferencia David Casassas, y es que si Marina Garcés planteó el día anterior el reto para las humanidades de vincular saber y emancipación, Casassas respondió a la llamada con una reflexión estimulante y fértil. En ésta, se exploran las condiciones de una observación atenta de la realidad que conduzca a un “saber, hacer y comprender” el mundo de forma autónoma, propia y libre. La conferencia se divide así en dos partes; en la primera se aborda la cuestión de qué implica observar con atención, y en la segunda se exploran las condiciones materiales y simbólicas que posibilitan esta observación. Finalmente, se exponen dos corolarios fruto de la reflexión precedente. En conjunto, el título de la ponencia podría ser “Sobre la atención y sus condiciones de posibilidad.”

  • Primera parte: Sobre la atención.

¿Qué relaciona la atención con un conocimiento vinculado a la emancipación? Casassas articula en tres grandes conceptos la relación atención-conocimiento-emancipación. Éstos son: lentitud, presencia e interrelación.

La atención implica lentitud. Es evidente que la lentitud es el fundamento de una mirada paciente, atenta y curiosa. Es mediante ésta lentitud, nos dice, que podemos hacer diana con la realidad. De hecho afirma que, a pesar de que pueda ser provocador en el seno de algunas corrientes de filosofía contemporánea, quiere adoptar una concepción materialista de la realidad en el sentido de Demócrito, Epicuro y sus seguidores contemporáneos, es decir, la verdad como correspondencia con la realidad. Esta reivindicación, nada metafísica y a mi parecer pragmática, es la que tiene que posibilitar una comunicación entre “lenguajes legítimamente diversos  [de las diferentes ciencias sociales], y arrancar las briznas que nos impiden ver claro”. La pobreza en Barcelona, recuerda, no es una narración gratuita sino que “está allí y duele”. En consecuencia, la primera tarea emancipadora es “encontrar el tiempo y la calma para observar el fenómeno”, un fenómeno que es real y que se presenta, si se observa con atención, de forma inevitable.

La atención implica presencia. La presencia es la condición para poder observar los fenómenos desde algún lugar, y Casassas reclama la necesidad de observar los fenómenos desde unos espacios propios, que hayamos hecho nuestros, conquistado. Ahora bien, es evidente que no hay un número infinito de espacios de intervención cultural y política, como no hay tampoco infinidad de situaciones en las que poder ralentizar el ritmo frenético del tiempo y observar con calma. Así, de la escasez de recursos nace la disputa de unas capacidades de intervención que están en juego. En realidad, “hay siempre una lucha política por la hegemonía cultural, por el sentido común, sobre qué es una vida digna de ser vivida”. El reto en esta situación, pues, consiste en realizar una tarea “democratizadora que blinde el espacio público para hacerlo accesible a ciertas mayorías. Si no, no es un espacio público, sino un vedado gestionado por las oligarquías”. Es necesario entonces una conquista equitativa del espacio público para que todos, y no sólo las élites económicas o culturales, puedan tener presencia en este.

Si en la conferencia de Marina Garcés se constataba una desinstitucionalización de la cultura y se preguntaba si se tenía que renunciar a la universidad como espacio cultural, David Casassas retoma la cuestión para pedir que la universidad, como institución pública, no se abandone de entrada como lugar que posibilite una observación lenta y sin coacciones. Ésta tendría que permitir “liberarnos de la impaciencia y de la miopía en la que a menudo las instituciones privadas tratan el conocimiento”. Pero sería ingenuo no reconocer las condiciones actuales de la universidad pública, donde la precariedad laboral desmesurada y el capitalismo académico hacen estragos. Éste último, destaca, privilegia un conocimiento finalista y rápido, esto es, que genere resultados mercantilmente útiles, por encima de un conocimiento válido en sí mismo, es decir, que tenga sentido crear más allá de la relación con el mercado. Además, como profesor hace una llamada a abrir la posibilidad de trazar trayectorias institucionales “más promiscuas”, que permitan una interdisciplinariedad que la organización actual de la universidad no facilita. Esta petición nos vincula al siguiente concepto.

La atención implica interrelación. Cuando observamos con cuidado descubrimos una multitud de factores causales, interrelacionados entre ellos, e intentamos recuperar una mirada holística sobre el fenómeno. Como recuerdo que nos decía irónicamente Víctor Gómez Pin como estudiantes, los fenómenos no tienen la culpa de que la universidad haya compartimentado el estudio de la realidad en disciplinas independientes y aisladas. Es pues de vital importancia huir de esta fragmentación y repite, haciendo eco de la conferencia de Garcés, la necesidad de erradicar la barrera entre ciencias y letras. Por este motivo propone emplear el término “ciencias humanas y sociales” para designar un tipo de observación que no pretende ser, por holística, menos especializada. En este sentido, lo que propone es el estudio cuidadoso de fenómenos concretos desde una perspectiva interdisciplinar. Según el conferenciante, la pretensión holística que buscaban Aristóteles, Adam Smith o Marx al tratar de economía política o más sencillamente de política se perdió en el seno de las ciencias sociales a mediados del siglo XIX. Es decir, su observación holística “estaba atenta a los vínculos de dependencia y a las relaciones de poder material y simbólico que atraviesan el conjunto de las instituciones sociales, mercados, hogares, centros de trabajo, estados, etc”. Fue a partir del 1870 que un grupo de economistas denominados marginalistas (representantes hoy de la ortodoxia) proponen renunciar a esta mirada holística para concentrarse en una cuestión cuantificable, esta es, el precio que cada individuo está dispuesto a pagar para satisfacer sus gustos y preferencias. Los marginalistas obvian, pues, que en realidad los individuos aceptan un contrato de trabajo no por simples preferencias sino en gran medida forzados por las relaciones de poder propias de las instituciones sociales en las que viven. En resumen, las ciencias sociales actuales necesitan, si se las quieren dotar de sentido y de potencial emancipador, recuperar la mirada holística.

  • Segunda parte: Las condiciones de posibilidad de la atención.

Observar, practicar la atención lenta, requiere condiciones. En la conferencia de Marina Garcés se hablaba de la proclama kantiana “sapere aude”, que podemos traducir como atrévete a conocer, a crear tu mundo, y también a autodeterminarte. Así, lejos de ser una divisa sin valor, dice Casassas, el “sapere aude” lo podemos seguir haciendo nuestro con toda su fuerza si lo entendemos sobretodo políticamente. Esta comprensión invita a una audacia para la cual hacen falta condiciones, de entrada, simbólicas, y a continuación, materiales.

Condiciones simbólicas. Es necesario que cada individuo se crea con el derecho de hacerse amo de su vida y que, en consecuencia, se crea con el derecho de pensar por sí mismo. Es importante pues poner en entredicho la figura del intermediario, del experto, de aquellos elementos que llevan más a dejar de pensar que a tomar consciencia crítica y a hacer propio el mundo. En conclusión, hay que atreverse a conocer individual y colectivamente.

Condiciones materiales. “Desde el frenesí propio de los desesperados es muy difícil, casi imposible, observar el mundo y construir una mirada propia” declara Casassas parafraseando Adam Smith. Es decir, la dependencia material respecto de los otros limita cualquier intento de pensar y conocer con lentitud, de hacer y comprender el mundo de forma autónoma. En el seno de la universidad, afirma, desde las condiciones de prisa y de las exigencias productivas que impone, una observación cuidadosa, atenta y propia es difícil. Y más allá de las instituciones universitarias, ejercer una ciudadanía activa, es decir, participar social y políticamente en las decisiones de gobierno, presupone también evidentemente unas condiciones de posibilidad materiales de las cuales la mayoría no dispone. Así, ante las condiciones de precariedad laboral en las que vivimos, Casassas nos plantea la pregunta pertinente: “¿Cómo podemos autodeterminarnos cuando lo que hacemos con un contrato de trabajo es suplicar un vínculo de dependencia que nos permita sobrevivir?”. Para salir de este callejón sin salida, una propuesta que es preciso valorar, y en la cual está investigando el ponente, es la de la renta básica.

La renta básica  es un ingreso equivalente al umbral de la pobreza pagado a todos, es decir, universalmente, y sin condiciones. El argumento para defenderla es el siguiente. Si se tienen los recursos garantizados de forma incondicional, se tiene poder de negociación ante las condiciones laborales y, aún más, se tiene el derecho de decir no a todo aquello que hoy se nos impone como inevitable porque se está desposeído del derecho de salir del mercado de trabajo. Además de este poder emancipador, la renta básica posibilita ejercer la ciudadanía desde la observación lenta, presente y crítica, ya que abre un tiempo de la calma fuera de la precariedad. Lo que se manifiesta al abordar la cuestión de la renta básica es que observar atentamente por un lado, y ejercer una ciudadanía activa por el otro, son dos actividades necesariamente unidas. Es por eso que la reflexión sobre el conocimiento es profundamente política. En consecuencia, la renta básica puede invertir la situación de una ciudadanía desposeída y sumisa.

  • Dos corolarios:

Sobre el mercado: El hecho de estar apoderados de un conjunto de recursos que garanticen la existencia de forma incondicional, cosa que la renta básica permite, nos da el derecho a decidir si queremos estar dentro del mercado o, contrariamente, construir alternativas fuera de él. Ahora bien, Casassas pregunta, “¿Es necesario hacer anatema de los mercados?”. Mediante citas a Karl Polanyi, un referente dentro la economía que reivindica, responde que no. El mercado no es intrínsecamente degradante, al contrario, los canales comerciales abren posibilidades de intercambio interesantes. Lo que es degradante, dice, es la inevitabilidad estructural de los mercados, esto es, el imperativo de vender la fuerza de trabajo al mercado aunque no se quiera. Si esto sucede es por la desposesión de las condiciones materiales y simbólicas para evitarlo. Así pues, es transcendental poder codeterminar las condiciones de los intercambios y una de las llaves para hacerlo es desmercantilizar la fuerza de trabajo a través, por ejemplo, de la renta básica.

Sobre la flexibilidad. Ulrich Beck nos alertaba ya en los años 80 del cambio de modelo social al que se veían sometidas las sociedades industriales. Se ha pasado del capitalismo del empleo único y para toda la vida (al menos en los hombres), a un capitalismo de la precariedad, con contratos temporales, a tiempo parcial y con menos derechos.  Esta precariedad está unida inevitablemente a una flexibilidad forzada de horarios y de empleos  no deseada que es debido combatir. Pero en este punto de la reflexión Casassas se detiene para hacer manifiesta una cuestión que puede pasar desapercibida. Conviene desvincular, nos dice, la idea de que la flexibilidad implica necesariamente un estado de precariedad. La flexibilidad, cuando es deseada, hecha nuestra, “ha estado y es un valor central de las tradiciones emancipatorias contemporáneas”. No tiene sentido aspirar al retorno de una vida laboral rígida estructurada alrededor de una actividad de por vida, sino que conviene buscar vidas “multiactivas”. Pero cuidado, una vida multiactiva no implica “sobreexigencia, sobrepresencia, y autoexplotación”, sino la posibilidad de autodeterminarse, de escoger el propio camino en una vida que no está predefinida de antemano en una sola trayectoria.

A modo de síntesis de toda la conferencia, David Casassas acabó con una pregunta que resignifica el título del Aula oberta. “¿Nos atreveremos a saber, hacer y comprender?”. Es decir, si Marina Garcés planteaba el reto para las humanidades de enfrentarse al proyecto epistemológico del capitalismo, Casassas responde que es necesario, en primer lugar, reapropiarse de las condiciones materiales y simbólicas que posibilitan el conocimiento, porque sólo a través de estas se puede ganar la batalla del “necesario contra el imperativo”, que decía Garcés, y abrir una fisura que permita una observación lenta, presente e interrelacionada.

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